Debido a la percepción de la vida que a la mayoría de nosotros se nos ha transmitido generación tras generación, en la mayoría de los casos, tratamos de mostrarnos fuertes de cara al exterior, ante un mundo que consideramos hostil, competitivo sin piedad, donde sobrevive y triunfa el más fuerte. Probablemente, esta percepción sea consecuencia de la educación recibida generación tras generación, así como a múltiples mensajes, con los que somos bombardeados a diario.
En la antigüedad
En los primeros compases de la historia de la humanidad, la especie humana vivía completamente expuesta a las fuerzas de la naturaleza, las cuales no controlaba, las cuales suponían una permanente amenaza. La lucha constante resultaba obligatoria para que la tribu consiguiera sobrevivir y alimentarse.
Luchas sociales
Con el transcurso del tiempo, cuando la raza humana comenzó a dominar dichas fuerzas, se configuró un nuevo escenario: la lucha de las personas contra otras personas. Se fraguó y comenzó a fomentarse la cultura de la guerra por el poder económico, político, social, religioso y territorial.
En las diferentes sociedades, en nombre de conceptos tales como la patria, la sangre, la religión, etc., se propagó la idea de que para ser un buen integrante de tu nación, patria, pueblo, estado o comunidad religiosa, se debía odiar y combatir contra toda persona considerada como potencial enemigo, a fin de no ser atacados y destruidos. De esta manera, se estableció el miedo al enemigo exterior como un elemento de control de la sociedad.
Según fueron evolucionando las diferentes sociedades, la cultura de la guerra se consolidó y comenzó a extenderse a otros campos: economía, ciberguerra, etc.
Los héroes
Por otra parte, a lo largo de la historia, se ha concedido el protagonismo absoluto a las personas fuertes, a los héroes. Quienes se mostraban como valientes, imbatibles, incansables, incorruptibles o inmunes al desaliento, prácticamente han monopolizado el mundo de la literatura o el del cine.
Toda esa filosofía heredada nos ha generado la creencia de que para sobrevivir y tener éxito, debemos ser percibidos como personas fuertes, duras. De lo contrario, si mostramos nuestra vulnerabilidad, nuestros “enemigos”, reales o imaginarios, tratarán de atacarnos, de aprovecharse de nosotros.
Y la gran pregunta que me gustaría plantear es: ¿hemos generado una verdadera fortaleza interna o se trata de una mera apariencia de cara al exterior, como un mecanismo de defensa frente a nuestro miedo a ese mundo que percibimos como hostil? Sinceramente, me inclino a pensar que, en la mayoría de las ocasiones, predomina lo segundo.
Si deseamos forjar una verdadera fortaleza interior, debemos comenzar por trabajar en nosotr@s mism@s, desde el autoconocimiento. Es necesario, por tanto, reconocer y aceptar la vulnerabilidad como parte de la esencia humana. Hacerlo puede generar un incremento de nuestra autoestima y autoconfianza, lo cual nos llevará a perder ese miedo, esa sensación de debilidad. Porque, en definitiva, vulnerabilidad no equivale a debilidad. ¿Estás de acuerdo conmigo?